martes, 21 de julio de 2015

El optimismo ingenuo.

El avance de la ciencia suele entenderse, por el público general, o incluso por los mismos científicos, como un proceso infinito en el que el conocimiento se va acumulando de manera indefinida de manera que en algún momento problemas que a día de hoy consideramos irresolubles e inabarcables serán fenómenos triviales arrollados por esta ola del método infalible. No tenemos en cuenta, sin embargo, tres aspectos fundamentales que podrían hacer este futuro mucho más incierto, y por qué  no decirlo, triste para nuestras aspiraciones de comprender completamente el mundo. 

En primer lugar se está produciendo una gran e inevitable especialización en todas las disciplinas, de manera que para figurar en la vanguardia de la ciencia, debes ser un especialista en una mínima parcela de ese conocimiento, lo que permite a lo sumo un avance infinitesimal en una sección aún más pequeña. ¿Cual es el problema de esto? La alta diferenciación hace que los procesos de formación de los científicos sean cada vez más carentes de base y deficientes en “el grueso” de la disciplina, lo que produce a su vez grandes obstáculos en la interpretación de problemas multisectoriales y multidisciplinares que son necesarios para abordar fenómenos complejos y para tomar perspectivas globales. Estos puentes que existían, por ejemplo, entre un físico teórico y uno experimental, o entre un psicólogo social y un neurocientífico se van derrumbando a medida que la distancia entre los enfoques se hace insalvable. Es como si todos tuviéramos parte de la solución al problema-puzzle, pero nuestros constructos teóricos, diferentes lenguajes, y la falta de un buen traductor universal, impidiera la coordinación necesaria para solucionarlo. Yo suelo llamarlo problema de la pérdida de la perspectiva global.

Existe una segunda rémora a la que debemos enfrentarnos, muy relacionada con lo anterior: no existe ningún ser humano, ente cognitivo-analizador que sea capaz de integrar todo el conocimiento diferencial aportado por las diferentes disciplinas para sintetizarlo en una concepción única de la realidad, un modelo definitivo del mundo. Así pues, el parcheado de las diferentes parcelas en la que dividimos artificialmente la realidad, cosa que llevamos haciendo desde que la ciencia es ciencia, puede considerarse efectiva hasta cierto punto, pero no podrá seguirse este camino por mucho tiempo, ya que caemos en el peligro de elaborar un compendio intratable, un manual de situaciones concretas que expliquen y predigan eficazmente fenómenos concretos pero sea de facto un instrumento ineficaz para abordar problemas complejos, (que son la mayoría). 


Por último y quizá el óbice más importante, nos enfrentamos al tema de la subjetividad inherente a la observación. Aunque soñar con un mundo mejor en el que lleguemos a solucionar todos nuestros problemas debe ser el horizonte hacia el que caminamos, y ser soñador y optimista es una cualidad indispensable en las personas que aspiran dejar su legado para beneficio de la humanidad, también es un requerimiento fundamental la cautela, la constante crítica y el no apego a representaciones mentales fijas. Nuestras creencias y emociones sesgan la realidad de manera que los fenómenos tienden a explicarse para que encajen armoniosamente y  de forma consistente con nuestros deseos más profundos y expectativas previas, pasando de ver cómo funciona en definitiva el cosmos a ver la manera en la que queremos que funcione. Quizá, debido a nuestra naturaleza, no consigamos nunca despegarnos de este impedimento que enturbia y desenfoca la visión de los problemas científicos, y más tristemente, aunque lo consiguiéramos, la realidad puede ser más compleja de lo que pensábamos, e incluso, como apunta el modelo cuántico, ser dependiente del observador y por ello, no existir tal y como la concebimos.


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